Tuesday, April 29

Rocío.

Apenas nos habíamos visto dos veces y ya creía conocerte mejor que a mi padre. Cuando aquel 29 de abril te vi llegar bajo el paraguas amarillo, supuse que dos veces tal vez no eran suficientes. Pero, por aquel entonces, ya confiaba en ti. Ni siquiera aquel clima de blanco y negro previo a la segunda guerra mundial, me daba a entender que algo no andaba bien.

Entramos en el café Bruselas. Pediste tú, al tiempo que encendía un cigarrillo para ti y sacaba otro para mí. Te lo fumaste en silencio, como en los poemas de Prévert. Aunque tú no lloraste. Ni siquiera yo lo hice. Te conté mi mañana pasando informes a máquina y me dijiste que tal vez irías a Londres, que las cosas pintaban mejor allí y que iba a ser más pronto que tarde. Te dije que yo me iría a Dublín, que aquí había poco que hacer. Te cogí de la mano y te pedí que nos fuéramos.

Al salir ya no llovía, pero abriste tu paraguas. Te abracé y cada uno se fue por donde había venido. Luego recordé que había estado preocupado por las manchas de tinta en mis manos.

Tuesday, April 22

Aujourd'hui, maman est morte.

Camus me vendió en algún zoco marroquí y allí empecé a ser menos él y más yo. Supongo que, de alguna manera, valió la pena todo aquello. Morir, lo que se dice morir, no morí. Ni tampoco lo hizo mamá. Camus me mintió una vez más. Pero yo sí pisé el freno.

Me desperté con la marca de la almohada en la mejilla derecha. Recordé que te habías ido mucho tiempo atrás. Apenas me había levantado y creí oír el teléfono sonar. Rachid. -mi compañero de piso-. Al otro lado del delgado tabique, Rachid hablaba en un acelerado árabe, pero sus palabras las sentí tan lejanas como tu voz. Sabía que si miraba el mar, a lo lejos, podrías verme. Olvidé demasiadas cosas. Y, a pesar de mi balcón marsellés, no te vi al otro lado del mar.

Tant pis! Plossu me lo perdona todo.

Monday, April 14

14 de Abril.

–¿Quién le mató, abuela?
–Todos –me contestó, y jamás he vuelto a contemplar una cara más sombría–. Le matamos entre todos. Yo, tu padre, el gabinete de Guerra, el ministro de justicia, la Segunda República Española, este maldito país, mi hermana Elena, mi cuñado Paco, y un soldado de Franco, o dos, o tres, o un regimiento entero que disparó a la vez, porque eso nunca lo he sabido...

No quiso hacerme caso, aquella vez no quiso. Solía escucharme, ya te lo he dicho, siempre tenía en cuenta mis opiniones, y yo se lo advertí, no sé por qué, pero aquella vez lo vi clarísimo, vi que aquel camino sólo nos llevaba a la ruina, y se lo rogué, se lo supliqué, se lo pedí por favor, mil veces, no aceptes ese puesto, Jaime... Él no me contestaba, y yo seguía hablando sola, estrellando mis palabras contra sus oídos como se estrella una pelota contra una pared, y recuperándolas después, intactas, una vez, y otra, y otra, y otra. Pero ¿es que no ves que no lo quiere nadie?, le decía, tú no le debes nada, que nombren a uno de los suyos, uno de esos que han medrado a su sombra, pero a ti no... No debería haber aceptado, y él lo sabía, nunca tendría que haber aceptado, tenía miles de excusas para negarse, ni siquiera era fiscal, ¿sabes?, y yo hubiera hecho cualquier cosa para impedirlo, cualquier cosa, se lo pedí de rodillas, un montón de veces... Pero nada, él ni me miraba, y no me decía nada, nada hasta que se puso de pie y me gritó, me gritó con auténtica violencia, como no me había gritado nunca. ¿Es que no te das cuenta?, me dijo, ¿o es que te crees que estamos jugando a la gallina ciega? Esto es una guerra y no están matando a la República precisamente, olvídate de eso y deja de llorar por la República, porque a quien están matando es a la gente, matan a la gente... Sus palabras me avergonzaron, y me callé. Él me pidió perdón, me abrazó y me besó, y entonces adiviné que iba a aceptar, aunque sabía de sobra dónde se metía. Tres o cuatro meses antes, una noche cualquiera, cuando nos fuimos a la cama, me dijo en voz muy baja, casi susurrándolo, que la guerra estaba perdida, que sólo quedaba esperar un milagro porque ya no había nada que hacer. Yo no quise creerle, porque las noticias no eran muy buenas, pero tampoco malas del todo, estábamos en el año 38, y yo creía, y lo creía sinceramente, que íbamos a ganar la guerra, todo el mundo estaba seguro, y todavía no era como después, cuando me levantaba por la mañana y me obligaba a tener fe, para no tener que pensar en lo que significaría la derrota, sobre todo desde que tu abuelo aceptó ese maldito puesto.


Malena es un nombre de tango
Almudena Grandes

Tuesday, April 1

Uno de abril.

Sería muy absurdo pretender que, de aquello, sólo rescato el Hotel Gaudí, sus salas y lo que en ellas ocurrió, porque, entonces, estaría omitiendo los meses anteriores, las dudas, el nerviosismo, las ilusiones, el tren multicolor que llega a Monfalcone, las personas, las amistades y todo lo que vino después.

Omitiría también vuestras caras, nuestro paseo por el Prado, una cena en un bar cutre de Madrid y el paso al futuro.

Y dos de abril fue quizás más uno de abril que el propio uno, así como también lo fueron Castillos de Cartón y una soleada Pascua gaditana, Agosto de 2007 y nuestros reencuentros, Café Bruxelles, de mis viajes a Granada y el regreso a Madrid.

¿Cómo fue tu primer día en India?