Y todo lo que le siguió -y le hubo precedido-. Porque al llegar al propio punto de destino, al lugar preciso, al sitio en cuestión, todo el camino cobró su sentido. Si es que alguna vez lo había tenido.
En esa ciudad, aparcada, sin saber ni cómo ni cuándo, en la mitad del camino, nos deseamos suerte el uno al otro, como si creyéramos que nos volveríamos a ver, como si creyéramos que aquello era jugar a vivir.
Pero lo dijimos. Y, lo peor de todo, es que nos lo creímos. Para mis adentros me dije que esperaba no necesitarla, pero, lo cierto es que aquel juego era un tanto más peligroso de lo que yo pretendía hacer ver.
Ya sólo quedaba salir a medianoche -cualquier otra hora hubiera sido mucho menos literaria- y pararse en la carretera a hacer autostop -por no llamarlo hitchhiking-.
Aunque ya dejo dicho que yo no inmortalizo a autores, ni mucho menos a libros que todavía no he terminado.
Wednesday, June 18
Saturday, June 14
Declaración de Intenciones.
Sentado en el alféizar de la ventana consigo distinguir en el eternamente infinito cielo azul unos cuantos cirros ligeramente rojizos que se deslizan al compás del aire vespertino.
Aquí, sentado en el alféizar de esta ventana que tantas veces, demasiadas, se ha quedado cerrada, puedo oler lo que en su día se llamó “CARPE DIEM”. Sí, sin duda huele a esta brisa marinera de los barrios de pescadores mediterráneos.
Así, me deslizo a través de mi vida para recordarme que más me vale empezar a tomarme en serio estos tópicos latinos o, en su defecto, padeceré las típicas sensaciones del acomodado hombre de clase media: estrés, vacío, infelicidad y cansancio.
Éste, el cansancio, no será precisamente físico sino Psicológico. Cansado del mundo que nos rodea. Por eso necesito sentirme cansado físicamente para saber que hago algo bueno con mi vida, que no la desmigajo por siete días más de protocolario y absurdo monótono vivir.
Con el cansancio sabré que, no en vano, he subido al alféizar aun con riesgo a caerme. Sin embargo, deberé aprender a sentir ese vacío bajo mis pies porque eso es lo que los demás sienten en sus vientres.
Nadie más sabe que estoy aquí. Solos tú y yo. Bueno, y el viento que todo lo mueve que a mí me deja permanecer sentado, sin caer. Éste, el viento, no está atado ni ata ni nada.
No quiero gritar, cual poeta romántico, que quiero ser el viento, ni siquiera el mar que baña esta isla.
– ¿Entonces qué? ¬– preguntaste de manera curiosa.
Mi sonrisa simple y llana respondió en su momento que quería ser yo mismo, encontrar mi espacio y jamás salir de él, que la vida fuera un desenfreno, pero que no por ello fuera de fiesta y borrachera en orgía hasta que la sepultura diera conmigo.
Hoy, en el alféizar, no tengo contestación posible. Ni siquiera la lejana canción de los cuatro de Liverpool me indica un camino. Tan sólo suena y suena en un constante suceder entre la canción anterior y la siguiente.
Y así, mientras el disco gira en su vinilo, yo siento un hambre inusitado. Es la vida que me llama para ser comida.
¿Qué impedimento le puedo poner yo? ¿Acaso soy un holandés que le pone diques al mar? No, no le puedo poner ni diques ni impedimentos a mi vida. Tarde o temprano la cosa explotará. La vida exige ser vivida como se merece y el alma de burgués atolondrado no cabe dentro de mí.
Ya dije antes que tampoco soy el bohemio romántico en su casa destartalada. No, mi vida tampoco debe ser una bacanal.
Ni lo apolíneo ni lo dionisiaco. Deja que ambos fluyan en ti gritó alguien en su momento, aunque parece que ni siquiera los vecinos de arriba se dan cuenta del aire que corre.
La ropa tendida se va volando y yo sigo aquí, sentado, no nado a contracorriente. Simplemente, no nado.
¿Para qué tomar direcciones que sé que están equivocadas?
y a lo lejos una voz me pide bajar del alféizar…
Aquí, sentado en el alféizar de esta ventana que tantas veces, demasiadas, se ha quedado cerrada, puedo oler lo que en su día se llamó “CARPE DIEM”. Sí, sin duda huele a esta brisa marinera de los barrios de pescadores mediterráneos.
Así, me deslizo a través de mi vida para recordarme que más me vale empezar a tomarme en serio estos tópicos latinos o, en su defecto, padeceré las típicas sensaciones del acomodado hombre de clase media: estrés, vacío, infelicidad y cansancio.
Éste, el cansancio, no será precisamente físico sino Psicológico. Cansado del mundo que nos rodea. Por eso necesito sentirme cansado físicamente para saber que hago algo bueno con mi vida, que no la desmigajo por siete días más de protocolario y absurdo monótono vivir.
Con el cansancio sabré que, no en vano, he subido al alféizar aun con riesgo a caerme. Sin embargo, deberé aprender a sentir ese vacío bajo mis pies porque eso es lo que los demás sienten en sus vientres.
Nadie más sabe que estoy aquí. Solos tú y yo. Bueno, y el viento que todo lo mueve que a mí me deja permanecer sentado, sin caer. Éste, el viento, no está atado ni ata ni nada.
No quiero gritar, cual poeta romántico, que quiero ser el viento, ni siquiera el mar que baña esta isla.
– ¿Entonces qué? ¬– preguntaste de manera curiosa.
Mi sonrisa simple y llana respondió en su momento que quería ser yo mismo, encontrar mi espacio y jamás salir de él, que la vida fuera un desenfreno, pero que no por ello fuera de fiesta y borrachera en orgía hasta que la sepultura diera conmigo.
Hoy, en el alféizar, no tengo contestación posible. Ni siquiera la lejana canción de los cuatro de Liverpool me indica un camino. Tan sólo suena y suena en un constante suceder entre la canción anterior y la siguiente.
Y así, mientras el disco gira en su vinilo, yo siento un hambre inusitado. Es la vida que me llama para ser comida.
¿Qué impedimento le puedo poner yo? ¿Acaso soy un holandés que le pone diques al mar? No, no le puedo poner ni diques ni impedimentos a mi vida. Tarde o temprano la cosa explotará. La vida exige ser vivida como se merece y el alma de burgués atolondrado no cabe dentro de mí.
Ya dije antes que tampoco soy el bohemio romántico en su casa destartalada. No, mi vida tampoco debe ser una bacanal.
Ni lo apolíneo ni lo dionisiaco. Deja que ambos fluyan en ti gritó alguien en su momento, aunque parece que ni siquiera los vecinos de arriba se dan cuenta del aire que corre.
La ropa tendida se va volando y yo sigo aquí, sentado, no nado a contracorriente. Simplemente, no nado.
¿Para qué tomar direcciones que sé que están equivocadas?
y a lo lejos una voz me pide bajar del alféizar…
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