Eso marca el termómetro de Camino de Son Rapinya s/n en sus inicios, entre Picasso y Ripoll i Trobat. Llueve, apenas se nota, pero no dejo que mis pies se mojen más. Sigo con mi paraguas - el de Koke -, aunque me guste decir que me gusta la lluvia, aunque me guste la lluvia. Y sigo porque estoy cansado, porque, ¡qué coño! son las cuatro de la mañana y estoy caminando hacia casa. Porque ya llevo un buen rato caminando y me importa poco lo que me espera.
Pero me giro para ver todos y cada uno de los -pocos- vehículos que pasan. Coches, motos, camiones de la basura, policía, taxis. Taxis. Y me digo que el siguiente que pase vacío le voy a gritar 'Taxi'. Porque esta lluvia me empieza a mosquear y uno está cansado, con sed y ganas de lavarse los dientes. Y toso, pensando que así me alivio la sed, porque tiene tela la sed que tengo y lo mucho y poco que llueve.
Me repito que debería de haber avisado de que no vendría a dormir, que hubiera sido mucho más fácil quedarme en tu casa o, por lo menos, mucho más práctico. Pero me conformo con mantener mi respuesta. Y con añadir que estaré bien, que no es para tanto y que no tengo miedo.
¡Ni que me fueran a atracar! Y lo cierto es que ni psiquiátrico, ni cementerio, ni los grandes y siniestros parques que marcan el camino de vuelta me asustan. Más lo hacen los coches que pasan junto a mí y me miran, con resignación, porque nadie quiere pararse en un paso de cebra a las cuatro de la mañana. Si es que paso por ahí. Porque cruzo por donde quiero y como quiero. A pesar de que sé que moriré atropellado un día de estos.
Llueve un poco más, agarro más fuerte el paraguas, pero el viento se ríe de mí. Se ríe y juega con mi paraguas - el de Koke -. Sigo andando y dejo atrás los hospitales y casas residenciales cuyos jardines he revisado uno a uno. Una verja abierta en mitad de la calle, la noche oscura y la lluvia. Me giro para encontrarme con mi sombra.
Me protegen del miedo la oscuridad, la mala iluminación de la ciudad y las aceras arboladas. Sólo el ruido de mis pasos me delata, y algún que otro crugir de caracol bajo mis zapatos. Pero nadie pasa por la calle a estas horas y los que pasan poco me van a decir. Les basta la cara de asombro.
Y me palpo. Todavía no me he quitado el traje de luto. Parece que empieza a parar de llover. Tiene narices la cosa que cuando llegue a casa pase esto. Pero ahora prefiero que siga lloviendo. A este ritmo mañana me quedo a estudiar y no salgo a la calle. Me voy a quitar los zapatos, que están mojados.
Pero me giro para ver todos y cada uno de los -pocos- vehículos que pasan. Coches, motos, camiones de la basura, policía, taxis. Taxis. Y me digo que el siguiente que pase vacío le voy a gritar 'Taxi'. Porque esta lluvia me empieza a mosquear y uno está cansado, con sed y ganas de lavarse los dientes. Y toso, pensando que así me alivio la sed, porque tiene tela la sed que tengo y lo mucho y poco que llueve.
Me repito que debería de haber avisado de que no vendría a dormir, que hubiera sido mucho más fácil quedarme en tu casa o, por lo menos, mucho más práctico. Pero me conformo con mantener mi respuesta. Y con añadir que estaré bien, que no es para tanto y que no tengo miedo.
¡Ni que me fueran a atracar! Y lo cierto es que ni psiquiátrico, ni cementerio, ni los grandes y siniestros parques que marcan el camino de vuelta me asustan. Más lo hacen los coches que pasan junto a mí y me miran, con resignación, porque nadie quiere pararse en un paso de cebra a las cuatro de la mañana. Si es que paso por ahí. Porque cruzo por donde quiero y como quiero. A pesar de que sé que moriré atropellado un día de estos.
Llueve un poco más, agarro más fuerte el paraguas, pero el viento se ríe de mí. Se ríe y juega con mi paraguas - el de Koke -. Sigo andando y dejo atrás los hospitales y casas residenciales cuyos jardines he revisado uno a uno. Una verja abierta en mitad de la calle, la noche oscura y la lluvia. Me giro para encontrarme con mi sombra.
Me protegen del miedo la oscuridad, la mala iluminación de la ciudad y las aceras arboladas. Sólo el ruido de mis pasos me delata, y algún que otro crugir de caracol bajo mis zapatos. Pero nadie pasa por la calle a estas horas y los que pasan poco me van a decir. Les basta la cara de asombro.
Y me palpo. Todavía no me he quitado el traje de luto. Parece que empieza a parar de llover. Tiene narices la cosa que cuando llegue a casa pase esto. Pero ahora prefiero que siga lloviendo. A este ritmo mañana me quedo a estudiar y no salgo a la calle. Me voy a quitar los zapatos, que están mojados.
2 comments:
Como de costumbre no me siento defraudado cuando acabo de leer tus líneas. Sinceramente he de reconocer que cuando termino me prometo siempre que volveré a la menor brevedad.
Un fuerte abrazo desde el Otro Lado
haberte quedado en su casa. pero qué coño. no sé, yo detesto, y creo que lo sabes, quedarme a dormir en casas ajenas, porque al levantarme, al no levantarme a solas en mi casa, no sé... me inunda una anticomodidad que no sé...
yo me protejo de todo, bajando de noche con quique gonzález, o alguna taza de café musical.
un abrazo.
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