Monday, April 14

14 de Abril.

–¿Quién le mató, abuela?
–Todos –me contestó, y jamás he vuelto a contemplar una cara más sombría–. Le matamos entre todos. Yo, tu padre, el gabinete de Guerra, el ministro de justicia, la Segunda República Española, este maldito país, mi hermana Elena, mi cuñado Paco, y un soldado de Franco, o dos, o tres, o un regimiento entero que disparó a la vez, porque eso nunca lo he sabido...

No quiso hacerme caso, aquella vez no quiso. Solía escucharme, ya te lo he dicho, siempre tenía en cuenta mis opiniones, y yo se lo advertí, no sé por qué, pero aquella vez lo vi clarísimo, vi que aquel camino sólo nos llevaba a la ruina, y se lo rogué, se lo supliqué, se lo pedí por favor, mil veces, no aceptes ese puesto, Jaime... Él no me contestaba, y yo seguía hablando sola, estrellando mis palabras contra sus oídos como se estrella una pelota contra una pared, y recuperándolas después, intactas, una vez, y otra, y otra, y otra. Pero ¿es que no ves que no lo quiere nadie?, le decía, tú no le debes nada, que nombren a uno de los suyos, uno de esos que han medrado a su sombra, pero a ti no... No debería haber aceptado, y él lo sabía, nunca tendría que haber aceptado, tenía miles de excusas para negarse, ni siquiera era fiscal, ¿sabes?, y yo hubiera hecho cualquier cosa para impedirlo, cualquier cosa, se lo pedí de rodillas, un montón de veces... Pero nada, él ni me miraba, y no me decía nada, nada hasta que se puso de pie y me gritó, me gritó con auténtica violencia, como no me había gritado nunca. ¿Es que no te das cuenta?, me dijo, ¿o es que te crees que estamos jugando a la gallina ciega? Esto es una guerra y no están matando a la República precisamente, olvídate de eso y deja de llorar por la República, porque a quien están matando es a la gente, matan a la gente... Sus palabras me avergonzaron, y me callé. Él me pidió perdón, me abrazó y me besó, y entonces adiviné que iba a aceptar, aunque sabía de sobra dónde se metía. Tres o cuatro meses antes, una noche cualquiera, cuando nos fuimos a la cama, me dijo en voz muy baja, casi susurrándolo, que la guerra estaba perdida, que sólo quedaba esperar un milagro porque ya no había nada que hacer. Yo no quise creerle, porque las noticias no eran muy buenas, pero tampoco malas del todo, estábamos en el año 38, y yo creía, y lo creía sinceramente, que íbamos a ganar la guerra, todo el mundo estaba seguro, y todavía no era como después, cuando me levantaba por la mañana y me obligaba a tener fe, para no tener que pensar en lo que significaría la derrota, sobre todo desde que tu abuelo aceptó ese maldito puesto.


Malena es un nombre de tango
Almudena Grandes

1 comment:

Anonymous said...

Interesante fragmento... tan sólo lamento no haber tenido la entereza, que no la posibilidad, de leer algo de tan gran escritora.

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado